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 PER STRADA Paseos por la belleza

       STRADA experiencias culturales

El Caffè Pedrocchi en Padua. O cómo pintar las nubes de verde esperanza.


Hemos pasado días amargos. Y, aunque un tenue rayo de esperanza parece asomarse entre las nubes, las nubes todavía son grises. Así que tendremos que pintarlas. Por eso ahora, más que nunca, se pone en marcha, a pleno rendimiento, esta fábrica de recuerdos e ilusiones. Toca bajar la intensidad y aligerar el alma, y por eso aprovecho para inaugurar un tema que, a buen seguro, inspirará muchos de estos desvaríos compartidos. Porque, como sabe el que me conoce, la palabra que define ese tema, es mi tercer apellido. Café. El sabor de mi vida.


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Si. La vida me sabe a café. A café ristretto. Breve, algo amargo, pero, sobre todo, muy intenso. Y es que cuando uno integra la amargura, descubre el placer de quemarse los labios y el escalofrío de lo rotundo, desmitifica las bondades de la dulzura y la eternidad. El buen café es tan breve, tan efímero, es tan como todo, que te invita a paladearlo antes que se enfríe, o se termine. Es, por supuesto, excitante, y nadie debería quedarse sin probar los besos con sabor a café, y cómo sabe el café en el otro. Pero a la vez es pausa, intermedio, premio, reposo. A veces sabe a soledad, a intimidad, a refugio, a reflexión. Y otras muchas, a momentos vividos y, sobre todo compartidos. Y eso es lo que vamos a hacer hoy una vez más. Evocar, revivir y compartir.


El café habla italiano, y yo cada vez tengo más claro que aprendí italiano para poder hablar con él. Y es que, si algo se toman en serio los italianos, es el café. En Italia, el café no es una bebida, es una cultura, un ritual, y pueden tomarlo de un sorbo en el bancone, o crear espacios llenos de belleza en los que desarrollar dicho ritual. Pero hay algo que no falla. Siempre será un buen café. Lo contrario, sería para ellos una blasfemia.

Tengo muy buenos recuerdos en mi paladar y en mi corazón de los cafés en soledad. Pero esos, a pesar de evocarme anécdotas, escenarios y reflexiones que han dejado huella en mi vida, al menos hoy, no son importantes. Hoy evoco y añoro los cafés compartidos, las pausas entre las sobredosis de belleza; La Tazza d’Oro después del Panteón en Roma, Al Bicerin después de la Consolata en Turín, la granita en Palermo después del Palazzo Normando, o cualquier café en cualquier rincón. Todos me saben a amor, a ilusión, a emoción compartida.

Pero hay un lugar, y un café que tiene el nombre del lugar, que hoy quiero recordar por muchas razones. Pero sobre todo porque solo con nombrarlo resuenan en mi corazón las sonrisas de esos viajeros con los que he pasado tan buenos momentos y a los que tanto echo de menos. La pausa en ese mágico lugar, siempre se convierte en un momento inolvidable y en una gran experiencia cultural y sensorial. Los que han venido conmigo, quizá ya estén recordando el sabor de ese café. Y el color de ese momento. El verde momento Pedrocchi en el corazón de Padua.


De casi todas las ciudades italianas podría decirse aquello de que es una de las ciudades más bellas de Italia. Padova, Padua, es, además, como muchas otras, inolvidable. La vista al mercado de la Piazza delle Erbe desde el imponente Palazzo della Ragione; los hipnóticos frescos del Batisterio del duomo; las vistas del Prato della Valle; la grandeza arquitectónica y la conmoción espiritual de la Basílica de San Antonio. Y esos quince minutos que una pasa cara a cara con los frescos de Giotto en la Capella Scrovegni y que le ponen cara a cara con la verdad y con la génesis de una visión moderna del mundo y del arte. Y mucho más. Esta ciudad del Véneto, destacó desde fechas muy tempranas por su carácter abierto y pionero. En su universidad, fundada en el siglo XIII, enseñaron Vesalio y Galileo, y la piedra del vituperio, en la que sentaban como escarnio a los mercaderes que no practicaban el comercio justo, nos recuerda su importancia comercial, y también, como muchas otras cosas, a la ciudad que un día también fuimos los valencianos.


Pero la belleza agota, que se lo digan a Sthendal, que fue preso de la atracción de esta ciudad, y de la alegría y naturalidad de sus habitantes, que allí gozó y penó su amor por Lady Simonetta, que se dejó llevar con ganas por la ligereza de las costumbres, y que abrió su alma en canal para dejar que se impregnara de pasión y de belleza. De todo ello nos dejó constancia en su epistolario, en los diversos diarios de viaje, en la Certosa di Parma o en Vittoria Accoramboni, una de las novelas de las célebres Crónicas Italianas. “Sarei contento, se potessi strapparmi il cuore, mi dicevo a Padova, durante un acceso di malinconia” (Sería feliz, si pudiera arrancarme el corazón, me decía en Padua durante un ataque de melancolía). Así era Henri. Pero también era un amante de la belleza, un curioso que buscaba la sabiduría en conversaciones compartidas alrededor de una mesa, y por tanto, un asiduo visitante de los cafés italianos, en los podía cenar y encontrar vida y compañía a altas horas de la madrugada. Y uno de los lugares que acogió a tan ilustre viajero fue precisamente lo que hoy es el Caffè Pedrocchi.


Es en el siglo XVIII cuando se difunde en Italia la moda del café, y se extiende, desde los salones nobiliarios, a la burguesía y la intelectualidad, convirtiéndose en punto de encuentro de personas e ideas. Es entonces, cuando Francesco Pedrocchi abre, en el corazón de Padua, muy cerca de la universidad, una conocida tienda de café. Y fue su hijo Antonio, el que, al heredar el negocio, decide invertir, y comprar los terrenos y edificios contiguos para su gran proyecto. Un establecimiento que incluyera, además de espacios para el tueste, preparación y conservación del café, un hermoso punto de encuentro en torno al preciado producto. Y encargó el proyecto al arquitecto Giuseppe Japelli, que diseñó un elegante y exótico edificio ecléctico, que se convierte desde entonces en uno de los iconos de la ciudad. La impresionante fachada, que se abre a la via VIII Febbraio, y donde se ubica la cinematográfica terraza, es una invitación a atravesar las columnas, y descubrir un inesperado periplo por la belleza y la historia.


Tres son las salas de la planta noble. Bianca, rossa e verde. Los colores de la bandera italiana. En la sala blanca, una placa nos recuerda que hasta sus paredes llegó el proyectil lanzado por las tropas austríacas durante las revueltas estudiantiles, el 8 de febrero de 1848. Y en la otra pared, el recuerdo de la visita de Sthendal. En la sala roja, podemos ver aún el bancone original de mármol diseñado por Japelli, de forma elíptica, y sostenido por adornos de patas leoninas. El reloj del siglo XIX, y aún en funcionamiento, es un elemento simbólico que recuerda que un día el Pedrocchi fue un caffé senza porte, un café sin puertas, que permanecía abierto a cualquier hora del día y durante toda la noche. Y finalmente, la sala verde, una de las más frecuentadas, ya que allí podían acudir personas de menos recursos, estudiantes de la vecina universidad, o intelectuales, a reunirse, a estudiar, o simplemente a calentarse al fuego en invierno sin tener la obligación de consumir. Por eso aún hoy se utiliza la expresión "essere al verde", para indicar que se tienen vacíos los bolsillos o la cuenta corriente.


La planta baja del Pedrocchi se termina en 1831, y en 1839 se realiza el nuevo cuerpo, de estilo neogótico, conocido como el Pedrocchino. El plano noble, diseñado para eventos y reuniones, refleja aún más el gusto ecléctico e historicista de Japelli y su visión masónica, pues plantea un recorrido por la civilización y la historia del hombre a través de distintas salas que evocan diversas épocas y culturas. La sala griega, etrusca, romana, medieval, renacentista o egipcia. Allí se encuentra el Museo del Risorgimento e dell’Età Contemporanea. Un espacio muy oportuno para este museo, ya que, como hemos visto, el Pedrocchi fue escenario de los movimientos estudiantiles, y en sus salas dicen que se fraguó la insurrección contra el imperio austrohungaro que llevaría a la anexión de la ciudad al reino de Italia. Estas revueltas se recuerdan aún hoy en el himno oficial univeritario, Di canti di gioia.


El caffé Pedrocchi es pues, símbolo de una ciudad moderna, y fue punto de encuentro de estudiantes, intelectuales, artistas y patriotas. George Sand, Téophile Gauthier, Gabrielle d’Annunzio, Filippo Tomasso Marinetti, son los dueños de las voces que han resonado en este mítico lugar. Y Sthendal, sin duda el más celebrado, da nombre a una de sus especialidades, el Zabaione Sthendal. El zabaione es un postre piamontés, una crema dulce y espumosa elaborada a base de huevos, azúcar y vino de Marsala, que, según la tradición, ponía al borde del síndrome al intenso escritor francés.

Pero quien haya estado en el Pedrocchi, tendrá en el corazón y en el paladar desde la primera palabra de este escrito, ese café que yo encarecidamente recomiendo en cada viaje, y que nadie olvida por mucho tiempo que pase. Algunos olvidan el nombre del lugar, incluso la ciudad, pero jamás el sabor y la sinfonía en verde del caffè Pedrocchi.


Una llega a esa terraza en la que se siente una actriz de los años 60, después de haber respirado la esencia de una ciudad que le ha salpicado de belleza en cada plaza, en cada pórtico, en cada palacio, en cada iglesia. Una ciudad en la que floreció el talento y la modernidad. Y se sienta en las sillas de forja bajo las impecables sombrillas y entre plantas, relieves y columnas dóricas. Una vez allí, ya ha conocido la historia del lugar, su trascendencia histórica, política y cultural, ha recorrido las salas que, cual camino iniciático, le llevan a ese limpio paraíso de colores neutros entre los que solo destaca el verde de las plantas, y del café.

La inolvidable especialidad del café Pedrocchi, añade el regalo de una nube verde a un café ya de por sí sublime. Una nube ligera pero rotunda de nata y menta, que deja en nuestro paladar y en nuestro recuerdo un sabor simplemente, eso, inolvidable. Os dejo más abajo la receta, junto a la del zabaione, pero no sin antes advertir, que la experiencia del Pedrocchi, como de tantas otras cosas, no se puede evocar en otro lugar ni en otro contexto. El sabor y la textura, es difícil imitarlos, pero no imposible. Pero la verde vivencia Pedrocchi es, otra cosa. Porque así son las experiencias culturales. Por eso me gusta pasear como una novia por las mesas para llevarme a raudales la emoción de mis compañeros de viaje. Las reacciones a ese sabor recién descubierto, los testimonios de cada explosión en cada corazón.


El Pedrocchi me sabe a verde alegría, y allí me he sentado con personas a las que amo, con gente que da sentido a mi trabajo y ha hecho que sea algo más que un proyecto, y, sobre todo, con almas a las que he visto en ese lugar sonreír de placer y rebosar felicidad. Nuevamente amor y belleza. Esta vez envueltos en una verde nube de nata y menta. Il cielo in una stanza. Un cielo verde. Verde Pedrocchi.


https://www.ilcaffeespressoitaliano.com/2018/come-si-prepara-il-caffe-padovano/


https://www.lacucinaitaliana.it/tutorial/i-consigli/come-preparare-lo-zabaione/




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